domingo, 25 de octubre de 2020

Día 227 al 230: Aniara

Como todas las noches, antes de dormir, con Julián miramos alguna serie
o,  si es temprano, (cosa muy poco probable) una película.
Ambos amamos el cine de ciencia ficción y aunque nos sentimos decepcionados
muchas veces, siempre insistimos con el tema, porque el amor es así. 

Anoche miramos Aniara, una película sueca de 2018, basada (leo aquí) en
el poema épico del nobel Harry Martinson.
No sé todavía si me gustó o no, es de esas obras en las que el tiempo te revela
finalmente si algo decanta de ella en vos.
Pero sí estoy segura que me devastó, con un dolor infinitamente lento.


Voy a hacer uso del copypaste de esta reseña de Guilherme de Alencar Pinto:

Aniara reemplaza la angustia de la Tercera Guerra Mundial por la ecológica:

diversas catástrofes climáticas hicieron de la Tierra un lugar difícil o imposible
de vivir, y por eso la gente se está desplazando a Marte. Aniara es una especie
de crucero espacial con capacidad para cientos o miles de personas
que hace el traslado a Marte en tres semanas,
durante las cuales los pasajeros pueden disfrutar de atractivos diversos:
restaurantes, bares,fiestas, piscina, gimnasio, deportes, y hasta una sala especial
dominada por una entidad de inteligencia artificial llamada Mima,
que tiene la capacidad de leer las memorias de los presentes y propiciarles visiones
agradables de acuerdo a lo que infiere de la mente de cada uno.
La protagonista, de quien no conocemos el nombre, es la funcionaria
que recibe y orientalos clientes de Mima.

La nave sufre un accidente (se choca con un escombro espacial), se desvía y, al estar
irremediablemente dañado su centro de combustible, ya no es posible maniobrarla.
Es decir, Aniara rumbea en forma 
indefectible hacia afuera del Sistema Solar.
Esta es una excelente premisa para una película de aventura, de héroes usando todo
su ingenio para lograr objetivos casi imposibles, a la manera de Gravedad
(2013, de Alfonso Cuarón) u Operación rescate (2015, de Ridley Scott).
Pero Aniara es lo opuesto y tiene una dinámica muy particular: cada solución
que se propone, cada esperanza o cada propósito quedan sencillamente en la nada.
Y aunque la nave es autosustentable y tiene un vivero de algas suficiente como
para renovar el oxígeno y alimentar a sus pasajeros en forma indefinida,
y aunque los pasajeros son suficientes como para generar la vivencia de una
pequeña ciudad, la mera falta de un proyecto alcanzable va minando
paulatinamente los ánimos.
El desaliento sostenido e irreversible puede ser más triste y más corrosivo
que una desgracia aguda pero localizada.

No podría agregar yo más nada. Solamente esta sensación de entender que cada
uno se siente preso de donde sea.
Un cuarto, una casa, una relación, una ciudad,una pandemia.
Un planeta que no va a ninguna parte
no es más que una jaula inmensa y corrosiva.




 

miércoles, 21 de octubre de 2020

jueves, 15 de octubre de 2020

Día 215 al 220: recordar

Ayer, hablando con Carla, me tiró, como si me contara algo superfluo,
que en este período pandémico lo que no estamos haciendo es fabricar recuerdos. 

Todos los días parece el gran largo día y qué decantará, al final de todos,
qué sedimento quedará con el lujo de los detalles?

El recuerdo se fabrica.
No recordamos los días vacíos, ni la bucólica corrida del reloj hacia ninguna parte.
Recordamos lo que circula, lo que diferencia, lo que salta de lo ordinario.
Recordamos lo que rescatamos.

El resto se diluye como polvo en la gran laguna turbia y voraz del olvido.




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viernes, 9 de octubre de 2020

Día 214, casi 215: la noche

La noche destiñe palabras
las suelta
como pensamientos líquidos
sin forma.

Caen desde los árboles
se deslizan por los vidrios
que espeja el televisor.

Reptan por las piernas
dicen nuestros nombres
pero no somos los mismos.

Apenas el borde 
de un pan crudo,
un cielo de celofán
una huella de barro
en la alfombra nueva.

Un viernes
intercambiable como vos
como yo.

Pienso en Emily Dickinson
y también, como ella, 
prefiero ser amada.







Día 206 al 214: la lista

214 días mirando a la muerte para cuidar la vida.

214 días sobreviviendo, reptando, arañando las paredes, las puertas, las sábanas.

Viviendo para adentro, con una sed de vida que, creo, sólo tuvimos al nacer.

Pero miramos la muerte.

O mejor, ella nos mira de frente.

Y así se fueron muchos.

Así se fue Mariela, mi jefe Eduardo, tantos otros conocidos, familia, músicos, artistas.

Así se fue el estudio y el jardín Botánico y el río.

Los amigos que ahora sólo son un avatar, los chats que devuelven todo 

menos el abrazo.

Una larga lista, como un remito en la oficina central.

Así la vida hecha cine, hecha trizas, pelusas de una gran trama.

Todo cambia.
Todo, espero, recambie.

Hasta la gata ha cambiado su nombre, ahora se llama Graciela Borges.